miércoles, 4 de abril de 2012

INTRODUCCIÓN. OCASIÓN DE LA CARTA.

              Colosas era una pequeña ciudad-mercado de Frigia, cercana de otras dos más importantes. Hierápolis y Laodicea. Pablo no la había visitado personalmente (2,6); fue su discípulo Epafras quien fundó allí una comunidad cristiana (1,17), así como en las otras dos ciudades (4,13), posiblemente durante la estancia de Pablo en Éfeso (Hch 19,10), que distaba unos 200 kilómetros.

              Pablo está en la cárcel (en Éfeso, Cesarea o Roma) (4,18). En la misma ciudad se encuentran Aristarco, compañero de prisión (4,10), Timoteo (1,1), Marcos, Jesús o Justo (4,11), Lucas y Dimas (4,14), además de Epafras (1,18), probablemente también en la cárcel (Flm 23). Éste ha informado a Pablo sobre la situación en Colosas (1,8), donde ejercen su influjo ciertos individuos, cuya filosofía o sistema de vida (2,8) prometía la plenitud (2,9-10) a través de ciertas devociones o culto a los ángeles (2,18), es decir, a seres supramundanos, llamados majestades, señoríos, soberanías y autoridades (1,16), que regían los destinos del mundo; eran personificaciones de las leyes de la naturaleza, concretadas en los cuatro elementos, y de las leyes cósmicas que se suponían gobernadas por los astros (lo elemental del mundo, 2,8.20). Las prácticas ascéticas consistían en abstinencia de majares y bebidas (2,16.21), en humildades o mortificaciones además un esoterismo visionario (2,18) y ciertas prácticas en honor de los ángeles, en el sentido antes explicado. Las observancias se imponían como regla (2,20), que constituían el sistema de vida (2,8). Eran "santones", que impresionaban por su modo de vivir (2,23). Su doctrina tenía sabor gnóstico, proponiendo una sabiduría secreta, que era un sincretismo de ascética, culto ritualista de los elementos del mundo combinado con ritos judíos, como la circuncisión (2,11) y con la especulación judía sobre los ángeles (1,16; 2,15.18). Dudaban que Jesús Mesías hubiera vencido a los poderes supramundanos y buscaban congraciárselos.

              La carta se envía a Colosas por mano de Fortunato (4,7-8) y de Onésimo (4,7-9) y se destina también a la comunidad de Laodicea (4,16); a esta ciudad ha enviado Pablo otra carta (perdida), que quiere que sea leída también en Colosas (4,16).

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